miércoles, 17 de agosto de 2016

Crónicas de un verano bizarro. Episodio VI



Entretanto... en Chamacos
A los cinco días de estar durmiendo en los entrepisos de madera de Chamacos, Rosa, una feriante de Santa Teresita quiso sumarse a nuestra contractura. No tenía lugar para dormir aparte del auto y no podía pagar un alquiler turístico, obvio. No la conocíamos pero no podíamos negarle la hopitalidad de un lugar a cincuenta pesos el día.

Mirá que no hay una mierda, ni luz, ni agua caliente (la fría anda con poca presión) y tampoco tenemos gas. Le advertí con sinceridad. No importa querido, ¿sabés los lugares en los que he vivido? No, no tengo idea y tampoco quiero saberlo, Rosa. Solamente quiero un techo y un lugar para trabajar tranquila. ¡No se diga más, bienvenida entonces!

Rosa hace unos duendes que me dan miedo. Que dan miedo. En la feria hay mínimo cuatro artesanos que hacen duendes y en mi puta vida he visto un duende colgado en ningún lado de ninguna casa de nadie que haya conocido. 

¿Quién mierda compra estos duendes, Rosa? Mucha gente, querido, hay gente que ama los duendes, se vuelve loca cuando ve los míos, que son los mejores. Es verdad, los suyos estaban zarpados. Pero no podía creer que hubiera gente que amara esos mostruitos deformes, sospeché que debería tratase de una extraña parafilia. 

Y decime Rosa, detrás de todo eso de los duendes hay algo raro, ¿no? ¿Raro cómo? Raro, Rosa, no sé, vos les metés algún gualicho medio misterioso ¿no?, te pregunto en serio, decime la verdad. Dale, sos un boludo pibe, me dice confianzuda. Yo los hago porque me gusta hacerlos, porque me gusta trabajar con los diferentes materiales, porque para mí es un oficio. Así me explicaba mientras yo la miraba con desconfianza.

Y no era para menos. 

Ahí donde alquilábamos también guardaban todas sus cosas los artesanos de la feria, por lo que la entrada de Chamacos estaba llena de bártulos oscuros, carritos y cajas. Entre todas esas cosas había un duende que tenía mi altura y hasta mi peso, era gigante, con la barba bien tupida, la mirada reconcentrada sobre unos pómulos puntiagudos y bajo unas cejas exageradas. Rosa casi nunca llevaba aquel duendón a la feria porque era demasiado grande y no lo tenía a la venta. 

Durante los casi dos meses que estuve en aquel lugar, siempre que entraba de noche lo primero que me aparecía era eso. Aquello. Un duende gigante tirado en la oscuridad, que miraba la negrura sin pestañear. No podía evitar las ideas perturabdoras que pensamos todos cuando vemos algo sospechoso en la oscuridad. Sucede que en general, nos percatamos luego de que todo es una fantasía, y que eso que vimos no es más que una sombra, un gato o el viento. En este caso el consuelo era imposible. Tenía que avanzar hacia el duende y pasar por sus narices, mientras él permanecía sonriendo como faltándome el respeto, en su pose tan relajadamente sospechosa, mirándome con sus ojitos inofensivamente perversos...

El amor en Disneylandia
Mi turno en Crazy terminaba a las seis, un par de horas más y la noche se venía encima, en casa no podía estar si no quería gastarme el sueldo en velas. Por ese motivo me pegaba una ducha rápida, me ponía ropa sin olor a papas fritas y después de una siestita en la cama paraguaya me iba para la feria de la costanera. En la feria trabajaban Ludmila, Mario, Leandro (un amigo que toca la guitarra) y Rosa. No iba sólo a charlar y tomar mates con la gente, además atendía el puesto del Dúo Bustos Raboni mientras ellos tocaban el chelo y la guitarra.

Seguro deben pensar que uh, qué piola trabajar en una feria de la costa, qué copado, qué buena onda. Bueno, vengo a comunicarles que nada que ver. Alta mala onda.

No tienen idea toda la basura que se tiran entre todos. Yo lo podía ver un poco de afuera porque iba de un puesto a otro, escuchando y sacando charla. Fabio (el mismo que me dió empleo en aquellas Noches de vigilia) opina con muchos fundamentos que Eduardo es un puto sometido por las dos artesanas conchudas que tiene al lado, además piensa que Rosa es una boludita egocéntrica. Mario no se banca a Florencia. Florencia es una alchólica que mandó a cagar a Gonzalo, la pareja de Ludmila, así de la nada, mientras yo charlaba tranquilamente con él. Rosa está del orto con la mitad de la feria porque el año pasado hubo un problema con las llaves del depósito. Finalmente, Ludmila odiaba a Rosa porque según ella, la miraba mal cuando pasaba. Y todo eso no era más que la punta del iceberg

Sin duda, lo mejor de la feria y lo más hermoso del día, era cuando Mario y Lean se ponían a tocar. Mi alma descansaba del ruido de la peatonal y de esa cumbia retro colombiana que pasaban las ocho horas en la cocina. Aquella música aberrante en su sentido que hablaba del no te vayas nunca más, sos mía, no te quiero ver al lado de otro, mi vida sin ti es nada, me tienen envidia, mala por tu engaño, etcétera, etcétera. Nunca había tenido el placer de analizar tan en detalle todos esos temas iguales. Una música que descubría un amor tan posesivo que llegaba a extremos realmente violentos, como el de un tipo que había matado a su mujer y le cantaba al abogado con voz de Cacho Castaña que no había sido su culpa, que ella lo había engañado y que el día del asesinato había tomado. Quedé de cara. No podía creer que en la radio pasaran temas así. 

Hay que entender que nadie es nada, que nadie es una cosa, que nadie puede tener a nadie. Que el amor no es tener. Digo entender porque sentir esa idea es mucho más difícil, lo sé. Pero podríamos empezar por evitar componer temas tan de mierda, si ya sabemos que el amor es sentir la belleza que, como dijo alguien, será la única que salvará al mundo. Lo otro, lo otro es Disneylandia.

1 comentario:

  1. "Quiso sumarse a nuestra contractura" es una muy buena frase para segunda línea. Contar los problemas personales de los demás es un buen riesgo. Poner enlaces a otras páginas es aprender a usar las herramientas. Enhorabuena por todo eso.

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