viernes, 9 de enero de 2015

Noches de vigilia I


Noche I
Fabio se quedó hasta las tres de la mañana contándome lo poco que hay que hacer. No paraba más de hablar, nunca me explicaron tanto algo tan sencillo. Hay que estar, solo eso. Estar. 

Desde que él se fue estoy efectivamente solo entre setenta y seis puestos de feria vacíos y oscuros. Tengo que vigilarlos. Miro a derecha y a izquierda sin saber bien de qué se trata todo. Desconfío menos de los jóvenes borrachos que de la inmensa facilidad del trabajo. “Vos tenés que fijarte más que nada que no tengan sexo en los puestos y que no los meen, la verdad es que no pasa nada más. De vez en cuando algún que otro borracho que busca su cama, pero nada más” me dijo Fabio. Siempre había pensado que los trabajos son porque alguien los necesita, Fabio me enseñó que nada que ver. Él no dice que no pasa nada porque el trabajo le conviene. “Y sí, claro” le respondí siempre tan condescendiente. La miseria del hombre es mucha.

Las horas pasan.  El trabajo  resultaba demasiado fácil para alguien tan honesto como yo, "si van a pagarme por esto aunque sea voy a sentir miedo" me dije. ¡Y vaya que lo sentí!. El lugar era tétrico y el sobresalto se volvió permanente. Creí que no me iba a acostumbrar  nunca al ruidito perturbador de los papeles que caminan por el piso sin pensar que son drogados que vienen a saquear la instalación eléctrica. Tampoco podía dejar de observar el golpeteo continuo de una lona que reviste el puesto de enfrente sin imaginar que es un ebrio irrumpiendo violentamente en el lugar. 

Pero nada real sucede. Es una feria fantasma. El sol asoma a eso de las cinco menos algo. La penumbra se desvanece y se lleva mis sugestiones. Con la luz se me ocurre que nunca va a pasar nada en esta feria. En las seis horas de mi primer noche sólo tuve que espantar a una pareja que estaba apretando. Siento vergüenza de ser un botón. Hasta ahora este trabajo consiste en el ridículo de espantar enamorados. Menos mal que Fabio no sabe que soy uno más entre ellos.

Noche II
Mi novia me manda mensajes. Se los contesto más por aburrimiento que por amor: si lo complejo del amor y la relación de pareja se limita a mandarse mensajes de texto, no quiero estar enamorado. Prefiero la ilusión de un amor lejano e incomunicado. Me la banco, sería un Quijote y ella Dulcinea. Pero todo no se puede.

En el apuro de salir de un trabajo y entrar al otro no me pude hacer mate cocido. Tampoco traje galletas. Hace diez horas que trabajo y catorce que no pruebo bocado, tengo mucha hambre. El viento me hace dar frío. Para colmo, mi novia me cuenta que Julián fue a su casa a estudiar. Hoy, a los veinte años, siento celos por primera vez en mi vida. Y me avergüenza bastante.

Qué noche de mierda. 

Todo por culpa del celular. Estoy a punto de tirarlo al mar, pero lo necesito. Mejor no. No sé qué sentir ni qué hacer. Soy un sereno muy poco sereno. Incluso pateo la arena que se junta atrás del puesto. Patear un cúmulo de arena, he ahí mi vida. Soy un histérico.

Noche III
Todo verdadero guardián cuenta siempre con su arma, la mía es una flamante linterna. Eso lo vuelve todo más tranquilo. Los conflictos ya no existen. Si nada pasa en esta feria desolada, si nadie se roba nada, si nadie rompe nada, es porque la gente es buena y nada malo pasa en el mundo.

No tengo crédito, por lo que el celular y el amor no me preocupan mucho.

Amanece y un viejo con cara de simpático me saca charla. Por la situación en la que me encuentro desconfío de todo. Lo escucho y le hablo con una voz de hombre que no tengo. Por algún motivo se veía interesado a inclinar el diálogo hacia el sexo. A veces olvido el motivo natural que inclina a todas las personas a hablar de sexo. La situación me incomodó pero justificaba una noche aburrida. Por fin algo. Es un señor de cincuenta más o menos, la libido se le nota en la boca, tiene un balde y una caña en la izquierda. Me habla de muchachas y le sigo el hilo de la charla.

-El verano está lindo para conseguirse alguna, ¿no?- le pregunto vulgarmente. 

-Y sí, como verás a mí me gusta salir de pesca- me contesta riéndose y mostrándome la caña que sostenía en la mano.

Que comparación tan obvia.  

Noche IV
El sueño es tanto que los pensamientos me pasan de lejos. Me mantengo a la espera de la luz. Cuando la considero suficiente, a eso de las cinco y media, saco una hoja y una lapicera para poder escribir. Escribo algunas líneas.

Toda una noche conmigo mismo, sin poder hacer nada útil. Quisiera poder leer pero la luz de la calle llega débil. Estoy mintiendo, quisiera poder leer pero el sueño es mucho. En mi mochila, entonces, no hay ningún libro, sólo un termo, una taza y galletitas. Lamento no tener un celular con música, un mp3 o algo parecido. A veces pienso en cosas, pero hasta las ocho de la mañana son seis horas y no puedo recorrer por tanto tiempo las oscuridades de mi cabeza. Ya suficiente noche hay fuera de ella. Y me da paja. Alterno algún que otro pensamiento inútil con la facilidad de la sensación: en el puesto de enfrente el viento golpea acompasadamente la lona; escucho la música pasajera que sale de un auto a todo volumen mientras el olor a mar se adelanta entre los arbustos; veo el envoltorio de un alfajor dando tumbos por el piso; mojo las galletitas de agua que me robo del restaurante en el mate cocido y me las como. 

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