domingo, 1 de abril de 2018

Llegar a ser nadie




Un día pensé en el suicidio. Lo hice con método, con frialdad. Sin llanto, sin lágrimas, sin tristeza desmedida, sin ofuscación, sin enojo, pensé el suicidio con apatía, con desgano, pero con método.

Entonces, un día, me maté.

No existe ningún acto humano que no sea precedido por su prefiguración mental. Lo que vas a hacer se adelanta en tu cabeza y genera la misma impresión que el hecho en sí mismo. Esta regla general se aplica también al suicidio y uno se siente muerto algunos segundos antes de que sobrevenga la muerte.

La sensación de muerte no es de dolor. Pienso que en el suicidio ideal uno no debería sentir dolor, digamos, a menos que uno no se muera de inmediato. En realidad, si uno sigue vivo o no, es un mero detalle. Porque uno ya se mató cuando tomó la decisión de suicidarse. El resto es operación, una maniobra superflua que adorna el hecho de una materialidad verdaderamente innecesaria. 

Entonces no tiene importancia hacer lo que uno ya hizo cuando tomó la decisión de hacerlo. 

Entonces, un día, me morí. 

Me rompí despacito, me diluí en el universo, desecho entre el tormento de impresiones del mundo. El suicidio era necesario. Romperse todo, para llegar a ser nada y volver a hacerse. 

Llegar a ser nadie. Alcancé a formatearme, a borrar mis datos, pude lijar, pude sacar, pude barrer, pude ventilar, pude disolver. Y llegué al punto sin forma. Donde se pueden reinstalar las cosas, donde podés agarrar lo que querés del mundo, la pintura, los adornos, los muebles, los documentos, para ponerlos en nuevo orden. Hacerse como uno quiere. Hacerse a medida para el mundo, siguiendo un modelo autoimpuesto la mejor de las veces, exigido en la mayoría de los casos. Entonces a trabajar, a trabajar duro y pegar todos los pedacitos rotos para que quede algo mejor. Algo potable. Veo mi reflejo y parezco entero, quedé como quería. Me encuentro lleno de cosas buenas, de virtudes, de conocimientos, de experiencias. 

Veo mi reflejo y soy el que siempre quise ser. Pareciera que ya está. Pero no. No puedo seguir del todo vivo si ya me maté. Se ve que en la muerte se me olvidó algo. Un motivo, un desafío, una expectativa. 

A la mañana, me duelen los sueños de la noche. Los tengo pegados en las lagañas de los ojos, como reflejos de mi vida pasada, se posan viscosos en las comisuras vacías. Tengo adentro muchos vacíos. Lugares en los que no supe qué poner, en los que ninguna honestidad encajaba, y los dejé así, sin nada. Esos vacíos me generan dudas. Las dudas son adormecedoras. Al mediodía miento certezas para salir a trabajar, para ir convencido de algunas cosas, para parecer mejor persona. 

Pero vivir sin vida es imposible. Es como si te faltara algo, quizás sea existencia, un ideal, pero tampoco… es… debería pensar otra palabra.

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