Es requisito que cada genio sea precedido por una larga lista de
mediocres en su disciplina.
Para que exista Messi debe haber miles que dediquen gran parte de
sus vidas a patear una pelota peor que él. Para que haya una excelente
dibujante debe haber muchísimas personas que solamente sean buenas dibujando.
Es más, para que exista cada dibujante, futbolista o
escritor mediocre debe haber millones que lo intenten solo ocasionalmente,
millones que sean decididamente malos.
Voy a esto. Si Borges existió es gracias a que todos nosotros alguna tarde intentamos un verso antes (o después) que él y le erramos fiero. Sí, la lógica también aplica en retrospectiva, porque el nacimiento de Borges no fue sino un hecho aleatorio, que pudo darse bien antes o después. Lo importante es llenar el cupo, completar la estadística, de mediocres en el caso.
El número de mediocres por cada genio o de malos por
cada mediocre no es aleatorio, está determinado con exactitud por las ciencias matemáticas. Esto se aplica a cualquier actividad. La estadística lo confirma, una sola persona que se decidiera por abandonar
su carrera de dibujante de domingo causaría una falta en cadena, como el derrumbe de un castillo de naipes, que impediría
la existencia de un artista genial.
El día que supe de esto decidí no intentar ser
excelente en nada de lo que haga. No tomaría el riesgo de ver si caigo en
alguno de los pocos casilleros privilegiados de la estadística. Abandoné, por
tanto, la idea de ser efectivamente Messi, Borges o Darín.
Me decidí por realizar múltiples actividades con la firme idea de
hacerlas mal o mediocremente. Pensé que la decisión sería menos arriesgada pero más noble con la raza humana: acrecentaría, de esta manera, la cantidad de personas que es requisito imprescindible para la aparición de algún genio.
Soy un eslabón más en la larga cadena que termina en la perfección de algunos, y disfruto tranquilo la genialidad de Borges porque también es genialidad mía.
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