miércoles, 20 de julio de 2016

Crónicas de un verano bizarro. Episodio IV


Bienvenido al infierno
Perdido por desconocer el rumbo de su querida Ítaca, Ulises acata el consejo de Circe y en el canto once de la Odisea desciende al inframundo para consultar a Tiresias sobre el destino de su viaje. La pasó bastante mal, habló con la sombra de su vieja, con un amigo que se había muerto hace unas semanas y con varios compañeros de la guerra contra Troya, congregados desde la oscuridad.

Para mí, casi toda la historia de Ulises nunca pasó, es pura frutada. Pero la frutada literaria tiene la capacidad de explicar cosas de la vida que resulta imposible explicarlas de otro modo sin que pierdan efectividad. Esta seguridad hace que mi lectura siga un método riguroso: primero busco la metáfora y luego la moraleja. En primer lugar, intento descifrar aquello que se esconde detrás de la idea del hades y la idea del viaje del héroe y luego cuál podría ser la enseñanza detrás de la historia. Esta lectura, claramente, resulta totalmente anacrónica y personal, pero me sirve para leer el bodriaso de los libros de Homero sin sentir que pierdo tiempo de mi vida.

Las conclusiones pueden resultar obvias: la metáfora del viaje de Ulises tiene como referente a la vida misma, el hades es metáfora de los límites ansiados pero temidos que creemos imposibles de superar. La moraleja: cuando estás perdido en el viaje de la vida puede resultar útil pasarla mal un rato, ir dónde no te gustaría para ver dónde estás parado y  conocer el camino a seguir.

La literatura contiene mensajes con ecos que pueden escucharse mucho después de ser leídos. Por eso, no fue sino luego de varios meses de haber aprobado literatura griega que me pintó una bicicleteada al inframundo de Santa Teresita en búsqueda de una certeza en la vida. Sin ser consciente de ello, la moraleja del viaje de Ulises resonaba como un eco entre tantas dudas.      

Crazy, mi Caronte

Vuelvo a mis crónicas. Todavía estoy en la primera semana de enero y tengo que conseguir trabajo donde sea si no quiero volverme a casa con las manos vacías. Por eso, reparto currículums en donde me encantaría trabajar el primer día, donde safa el segundo y el tercero en esos lugares que son un garrón pero bueno, ya no tengo un peso. Heladerías, supermercados, churrerías, estaciones de servicio, campings, hosterías, locales de ropa, ya todos tienen mi celular y mi nombre.

Pasaron cuatro días recorriendo toda la costa sin conseguir nada. No se me había ocurrido, claro está, preguntar si necesitaban empleo justo en frente de donde habíamos ido a parar. Era un negocio de pizza y hamburguesas llamado “Crazy” en donde las minicucarachas abundaban. Y sí, en ese local que podía ver desde el entrepiso donde dormía necesitaban ayudante de cocina. Al día siguiente, exactamente el 9 de enero comienzo con mi nuevo empleo.

Entro a las diez de la mañana, digo hola soy Leandro y delantal al toque, que Alfredito te va a explicar a pelar papas. Muy bien, pensé, se trata de pelar papas, esto no puede ser muy difícil. Alfredito me pareció un poco antipático al principio, pero después me contó que había empezado trabajar ahí mismo el día anterior. Ah, bueno, ¿y éste me va a enseñar? Pero la cosa era una boludez. Agarrás la papa con esta mano, le pegás una enjuagada rápida debajo de la canilla, agarrás el pelapapa y fra fra fra, la dejás así lo mejor posible. ¿Va? Claro, respondo, mientras voy probando con todas las papas que había en la bacha y me sacaba algunos pedacitos de uña sin querer. Así pasan una, dos, tres, diez, veinte, cuarenta, sesenta papas, y yo fra fra fra con el pelapapas y cuando se terminaban Alfredito venía con un nuevo bolsón lleno de tubérculos. Mis manos parecían de cartón y tenía toda la espalda contracturada cuando me percaté que había pelado tres de esos bolsones que me llegaban hasta la cintura.

El lugar no tenía ventanas, y el aire del horno y de la freidora se concentraba circularmente viciándose de aceite. Casi como un calabozo, las paredes me oprimían en su monotonía calurosa. Además, no tenía idea de si se había escondido el sol o no, sólo después supe que había estado nublado desde temprano. Imaginé que ese día sólo iba a ser una prueba, onda a ver qué me parecía. Pensé que iba a estar un rato y después me iban a dejar pensar si el trabajo me gustaba. Nada que ver. Me quería ir a la mierda. Al final, tan héroe no era. Para colmo no había llevado el celular y me daba vergüenza preguntar la hora.

El tiempo ya era indivisible. Mi única forma de calcularlo hubiera sido contabilizar las papas pero no podía, demasiado concentrado estaba en mover rápidamente la muñeca para llegar a los continuos pedidos de la freidora. Pensé que iba a pasar el resto de mi vida allí, imaginé el tamaño que tendría la papa si se sumaran todas las papas que había pelado, imaginé una papa como una pelota de básquet, pensé una papa tan gigante como Ginóbili, imaginé una papa del tamaño de una casa, donde uno podría habitar, imaginé entrar a mi hogar papa y dormir en mi cama papa...

Muy bien, por hoy, Leandro, buen laburo. Salís en diez, dejá la bacha y los azulejos limpios. Dejá el delantal acá.  

Pfff. Libertad.

O eso creí.

Mc Pancho, mi Cerbero

Me crucé en frente. Me cambié toda la ropa, me pregunté cómo había llegado el olor a fritura hasta mis calzoncillos y puse a llenar un balde de agua fría para bañarme. Usé un vaso para tirarme el agua sin salpicar mucho para no apagar la vela que puse sobre el inodoro.  

Me sequé. Me tiré en la cama paraguaya y cuando pensaba en lo lindo que iba a dormir por la noche, me llega un mensaje de texto.

Hola Leandro, soy Lucas de Mc Pancho, peatonal y 33. Te necesitaríamos hoy para cubrir un puesto de mesero, si te gusta podemos hablar para que te quedes. ¿Podés venir hoy a las 20?

Cuatro días esperando y en un día me llaman de dos trabajos. La concha de la gorra. Estaba demasiado cansado, me dolían las piernas, los lentes de contacto ya me estaban molestando. Pero… Mc Pancho implica propina, trato con la gente, aire libre, será una noche, luego elegiría por el que más me guste. No podía negarme.

Genial, Lucas, nos vemos a las ocho.

A las ocho entro, digo hola soy Leandro y andá a cambiarte al toque. Subo a un cuarto minúsculo, kafkiano, lleno de mochilas y ropa por todos lados. Un pelado ya estaba adentro. Soy nuevo le digo. No importa, mi nombre es Santiago, mucho gusto, jefe de cocina. Mucho gusto, hoy sábado se va a laburar ¿no?, le digo por cortesía. Jajaja, ¿nunca viniste a Mc Pancho? No, no conocía el lugar. Santiago me mira fijo con ojos diabólicos:

Bienvenido al infierno, entonces.

Me quedé mirándolo con cara de bobo, sus palabras se hicieron chicle en mi cabeza. El resto de la noche fue una gran confusión, como una gran bola de chicle de esas que hacías cuando eras chico y te metías como treinta chicles en la boca para ser el más piola. Cada nombre de cada pancho, cada precio, cada marca de gaseosa, cada pedido era un chicle más agregado al gran chicle que era mi cerebro.

Una mc fritas doble a la cinco con fanta, tres primaverales con salsa simple y un mixto con lluvia a la ocho, ¿para tomar? Dos pepsi y dos seven up. Un mexicano pero sin salsa a la dos, ¿porqué mierda no pide un especial que es igual al mexicano pero sin salsa? No importa, lo anoto como un mexicano sin salsa. Una promo cinco para la doce, con tres pepsis. La bebida primero. La comanda a la caja y después papelito al panchero. Pero lo que sea papas, rabas y hamburguesas a la cocina, no vayas a poner la comanda de las papas fritas con el pedido del primaveral porque no va a salir nunca, entonces anotás los panchos arriba y lo de la cocina abajo y después rompés el papelito a la mitad.

Dan la doce y en mi cabeza el chicle ya no tiene sabor. Me dejan veinte pesos de propina por llevar dos panchos, creo que ni les destapé la gaseosa. El trabajo en Mc Pancho definitivamente me dejaría más plata, pero hay algo que no me gusta. Detesto la idea de ser servicial de hacer algo que la gente no tiene ganas de hacer o que paga para que otro lo haga como correr una silla o limpiar una mesa. Me parece re inútil y que está mal que haya gente que vive de eso. Por otra parte es un laburo competitivo, si limpiás una mesa que no te corresponde te miran como si te quisieras robar la propina, si llevás el menú a gente que está esperando pasa lo mismo. Lucas, el encargado, me explicó que necesitaban un mesero para bancar las noches a la salida de los boliches, trató de convencerme para que me quedara, sabía que el laburo me convenía. Lo que no sabía era que yo no estaba ahí por la plata, estaba ahí para escribir mi aventura.

Sale un doble chedar y otro jamón y queso, ¿para tomar? Una birra, ¿cuáles tenés? Ni idea, pará que pregunto. Si, tenemos stella de litro, sino quilmes y brahma en lata. Una stella. ¡Ah! unas papas fritas, por favor. Muy bien, ahí les traigo. No me escribe la lapicera. Puta madre, ¿tenés una que te sobre? Dale, gracias. Sí, cierran las mesas ocho y dos, Lucas. Ya les tomo el pedido, un segundo. Para la dos una hamburguesa completa y un pancho simple con mayonesa con porción de papas, para tomar dos latitas quilmes. Partí el papel mal, no se entiende nada. Mejor lo anoto de nuevo, una hamburguesa completa y un pancho simple con mayonesa con porción de papas, ahora sí, esto al panchero, esto a la cocina. Disculpame, la mesa ocho pide sal, ¿dónde hay? Gracias. Sí, señora, la porción de rabas está sesenta, pero sería aparte de la promoción cuatro que no viene con rabas. De litro quilmes no, tenemos solamente stella. Lucas, abre mesa uno con una promo cuatro más porción de rabas. Muy bien ¡Hola, buenas noches, les dejo el menú!...

He aquí mi tártaro. Crazy, mi oscuro Caronte. Mc Pancho, una especie de guardián Cerbero que me destroza de a mordidas. El pela papas mi aguda espada. Los clientes son sombras de gente muerta.

Y yo acá, con una gorra roja, la chomba de Mc pancho, pensado que no me puse antitranspirante y que mis lentes de contacto me arden. Sólo espero que entre tantas sombras aparezca Tiresias y como buen adivino sepa indicarme cuál es el futuro que concierne a mi destino.

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