viernes, 18 de diciembre de 2015

La gorgona de Safo


En el siglo VI a.C. la poetisa Safo de Lesbos lanza los siguientes versos al viento del mar Egeo. Hallados en las arenas circundantes de Alejandría allá por el año 1755, es traducido al castellano recién por Menéndez Pelayo cien años más tarde. Esta es una de sus versiones:

Fuego divino el que arde dentro 
de aquel venturoso que logra 
en ti descansar su mirada. 

Que si oyes presto sus palabras,
queman en tu garganta. 
Que si rehúyes de ellas siendo arisco 
quedan igual de suaves en tu alma. 

Serpientes de diosa Gorgona oprimen 
tus deseos y pretenden enredar de anhelos 
el incierto rumbo de este amor distante. 

Sólo con mirarte: mi pensamiento desvela 
una noche de sol sin término. 
Cúbrome entera de sueños que crecen 
en la hierba de tu sonrisa altiva.

Hace más de dos mil seiscientos años Safo escribió estos versos. Ahora bien, ¿cómo demuestra la Historia que son suyos más que míos, si hoy los reescribo con mi lectura y mi alma los abriga como nunca?

jueves, 17 de diciembre de 2015

Mi alma no ubica el lugar ansiado

Antes que nada odio los acertijos. Odio los acertijos tanto como esos textos herméticos que no sabés qué carajo quieren decir. Si cuento algún acertijo cada tanto o si escribo textos herméticos es por una sola razón: porque hay veces que no me sale decir lo que siento y porque hay momentos donde no sé qué inventar para que no se note que las circunstancias me superan.

Hecha la aclaración, acá les va un acertijo y un texto hermético rejuntados en un cúmulo de palabras. El mismo está dirigido a una sola persona (aquella que me plantea el acertijo más difícil que he escuchado), el resto, bien pueden abstenerse de continuar leyendo, por la simple razón de que no le van a encontrar sentido alguno al texto y es posible que les parezca una mierda. La cosa dice así:

Durante aquel día, Tomás busca a una persona que no sea parte de este mundo tan pero tan gris. No la encuentra. Pasadas las ocho de la noche sale del trabajo y observa que el cielo está oscureciendo, no le da mucha importancia. En la parada del bondi que lo deja en una casa que no es la suya, mira el reloj. Dice 20:30. Después de dos horas de viaje, Tomás se arrepiente de un viaje tan oscuro, se pega media vuelta y se toma otro bondi a Banfield. Cuando se sube una persona le dice "Relajá, de noche todo es más divertido" y otra lo consuela diciéndole que peor es ser un pececito en el fondo abismal del mar. Mira el reloj, son las 22:30. Él se relaja y comienza a disfrutar de tanta oscuridad. ¡Qué compañía tranquila y agradable! Así se hace la hora en que Tomás debe bajarse. Antes mira el reloj, las once en punto. Cuando baja, mira el cielo, pero no ya con el desinterés de antes. En las estrellas encuentra un poco de la luz que se había ido con la tarde. Todo lo que tenía que hacer es mirar el cielo estrellado. Tomás y su viaje y aquel día son insignificantes para las estrellas, y es probable que las estrellas admiren la luz humana y piensen que ellas son insignificantes para nosotros. Pensando en esto se da cuenta de que se bajó una parada antes. Tomás está solo frente a una plaza y se va a sentar a un banco. Falta media hora para que termine su día. Cuando ya perdió toda esperanza de cruzarse con aquella persona que no sea parte de este mundo tan pero tan gris, ella aparece. Pero algo resulta extraño, como salida de algún un huso horario lejano esta persona vive todavía en las cuatro de la tarde. No sabe cómo decirle que él vio al sol esconderse en el horizonte cuatro horas atrás. ¿Intentaron explicarle alguna vez a alguien cómo se ve el atardecer? Es imposible, las palabras no alcanzan, son insuficientes. Ya son precarias para comunicar cosas mucho más sencillas y prácticas, ni se imaginan cuando intentan describir algo relacionado con el mundo de las impresiones. Para Tomás el sol se escondió hace rato y todavía su alma no encuentra el lugar ansiado.

Para mí es de noche pero para ella todavía es de día. Nada más raro. En realidad no es un banco en el que me siento sino un tronco. Claro, como soy muy considerado preparo mate aunque para mi sea la hora de la cena. La miro. ¡Es ella! La magia se le nota en los ojos. Con cada palabra lava de inocencia mi sensación de culpa, como las gotas de lluvia que caen con fortuna en esas zapatillas llenas de mugre que uso cada tanto. Hablamos de cualquier cosa y ella sonríe de a ratos y yo miro al costado y no la escucho, porque nos miro de lejos pensando en todas las veces que imaginé la escena. En realidad, la escucho demasiado, porque cada palabra suya va reconstruyendo en mi cabeza una imagen hace tiempo desmoronada por el mundo, la rutina y la desilusión. Como si nada me dice la gente se olvida de mirar al cielo. Suspiro. Era eso. La miro. La luna se inspira en su sonrisa. No creo que sepa lo que pasa por mi cabeza aunque intuye que estoy pensando algo, estoy por decirle "¿por qué no me lo dijiste antes?, ¿por qué no apareciste antes?", pero no le digo nada, en vez de eso miro a un costado y me río. Río porque sus palabras me parecen hermosas. Un manantial escondido entre la sequedad de la noche. No entiendo de dónde saliste, mi alma no ubica el lugar ansiado. Pero ahora estás, acá. Y cuando termine mi día es probable que no, ¿quién sabe? En cualquier momento la estrella que viste toda tu vida puede desaparecer, ¿quién sabe? Y la persona en que confiás, también puede desvanecerse tanto como aparecer puede la que esperás, ¿quién sabe, mi alma no ubica el lugar ansiado?

Lo primero que te digo es: me da vergüenza confesarte que para mí son las once y media de la noche. Vos no le das importancia y te acomodás el pelo que te entra en la boca.

Después te digo: Tomá un mandala. Pintalo por favor, y me sale tímido como un nene que no dobla la rodilla para patear la pelota. Está bien, pero te lo voy a dar cuando se me cante. No me molestes, me respondés siendo una adolescente que masticando chicle y cruzándose de brazos.

En tercer lugar te pregunto: ¿sos un sueño? Vos me respondés que sí y desaparecés.

En cuarto lugar te quiero decir algo lindo pero no se me ocurre nada. Una noche de mosquitos me inspira: sos mejor que el off, te escribo. Definitivamente no soy bueno para galanterías. Pero a vos te debe resultar simpático porque me prometés lo menos valorable en términos materiales y, por tanto, lo más invaluable en términos de lo que más vale: una piedra.

Por último te digo: es ahora, al fin de mi día, que te encuentro. Justo cuando menos te buscaba. Y es lógico, no pudo haberse dado de otra manera, en todo hay un orden y una circularidad, como en los mandalas, que me indican el orden silencioso que maneja nuestros caminos. Entiendo tu distancia y tu silencio en este laberinto, no voy a pedirte otra cosa. Entretanto agradezco que seas vos, saber que existís en algún lugar del universo y que justifiques el esfuerzo de este largo día. Sólo una cosa más: te adelanto que a las cuatro la luz de la tarde no imagina la oscuridad de las once, hay que esperar. 

Vos no leés el mensaje. Para colmo nunca me diste la piedrita. Mi juego perverso es éste, un nuevo acertijo, aunque poco te preocupe resolverlo.