jueves, 25 de diciembre de 2014

Examen de coiffeur


Es por ahí mi rey, me dijo delineando los bigotes anchoa con un pequeño cepillo de carey. Mudaron la academia de piso otra vez y me marean. Sigo por el pasillo que me señaló y entro al ascensor. Estoy bombonazo, amo estas cápsulas multidimensionales que suben y bajan sin explicación. Aprieto insistente el botón al seis, con estas uñas postizas no puedo ni sacarme un moco.

-No anda reina- me dice otro que es nuevo y se parece al conserje Willy.

-¡Ay! No me jodas, estoy llegando diez minutos a mi último examen...

- Me encanta joder a la gente. Fijate en el cartelito que pegué acá: fuera de servicio.

Entré a correr los cinco pisos de escaleras que subían en caracol sin leer el papel a4 del orto que se daba aires de cartel. Dios, corrí el colectivo para llegar al tren de las nueve y ahora esto. Hoy no me falles pequeño antitranspirante a bolilla, dije en voz alta mientras tanteaba mis cosas. Todo correcto: la tijera de entresacar en el bolsillo del pantalón, las demás en la campera, fijador, gel, y máquina en la mochi.

¡Estoy demasiado nervioso, conserje Willy! grité en el piso tres. No sé si estoy pensando o hablando, estoy demasiado nervioso porque NO me puede ir mal hoy. Del estrés se me cae el sombrero de gamuza lila que amo, bajo cinco escalones que ya había subido para recojerlo. ¿Eso sería como coger dos veces algo, no Willy? Me río tenso y las carcajadas resuenan en estas escaleras que no se terminan más.

Las gotitas de chivo me patinan la frente cuando llego, por fin, al seis. Estoy demasiado nervioso ¿ya lo dije? Mi futuro de coiffeur se fragua entero y de golpe, sin importar mis tres años de durísimo entrenamiento. El ploteado negro sobre fucsia con mi apellido en el local de una esquina de Palermo me espera, junto a la clientela fiel, el viejo de barba almendrada, el perrito salchicha que sortea los cabellos otoñales, y las luces navideñas que decoran los cuatro espejos que van del piso al techo.

El profe me mira raro cuando entro. Si, si, ya sé que llegué quince minutos tarde honorable señor, chito la boca. Pongo mis cosas en cualquier lado. No puedo pensar. La academia estaba reluciente, los clientes ya habían llegado, pero mis compañeritos me llamaron la atención, todos raros, mirándome.

-¿Pasa algo señor profesor? Acá hay gato encerrado y no soy yo... estos pito duros parece que se están burlando.

-Nada, Ale. Prepará tus cosas que arrancamos. Ubicate que están los clientes y hoy es el examen.

- Nosotros no arrancamos, profe, removemos los sobrantes antiestéticos de cabellera...

Me toca un cliente de pelo perfecto, liso, de muñeco bebote. ¡¿Qué raro que me hayan puesto al más lindo?! En general me encanta mirar a los demás a través del espejo, siento que así veo sus intenciones más escondidas, sus calores de bragueta. Pero hoy no tengo tiempo, necesito trabajar en un peinado perfecto y saco mis tijeras.

Me siento Edward Scissorhands dándole una forma esplendorosa a este seto rubio y dócil. Me ensimismo en la danza de mis tijeras, amo esto, un corte por acá, otro por allá, más al costado y va queriendo. Pasan los minutos hasta que, a través de los espejos, veo a esos desgraciados aguantándose las risas detrás de mí. Veo por primera vez la cara de mi cliente y me baja la presión.

No te la puedo believe... me sonríe el forro del portero que hoy volvía de la dispensa, el pelado Astigarraga. Hoy con el copete de James Dean.