domingo, 2 de diciembre de 2012

Un gallo quieto de veleta



En la casa de enfrente a la mía hay un gallo quieto de veleta. Lo recuerdo ahí desde que soy pequeño, y de todas las casas que conozco en el mundo es la única que posee un tejado con tan pavoroso instrumento. En los días de viento el gallo pérfido de veleta cobra vida y, guiado por fuerzas celestiales, expone equívocas coordenadas. En mis peores pesadillas aquel gallo se luce herrumbroso y entre el soplo de tormentas espantosas repite su chirriante baile. Entre el este y el oeste se define su malévola figura, y desconcierta al caminante que lo observa o lo sueña. De hierro sus ojillos rojos esperan atentos que pierdas el rumbo, no los veas. Estáte atento. Algún día, tal vez, la veleta caerá de oxidada. Pero lo dudo. Por el momento y con mirada gacha, sigue tu vacilante senda. Hazme caso. Quizás te salves si ignoras el viento de sus mentiras. De otra forma, le errarás al camino.